El sabor metálico en tu lengua te hizo
abrir los ojos. El labio inferior de tu acompañante sangraba, ¿por qué? No lo
habías mordido. Intentaste cerrar la boca y no pudiste porque el dolor que te
provocaba era demasiado. Intentaste separarlos de aquella boca empalagosa y no
pudiste por aquella sensación... Recordaste cuando tenías cinco años. Tu mamá
te había dicho que no tocaras las cosas que estaba utilizando. No hiciste caso.
Siempre has creído que las advertencias están hechas para alejar a las personas
de las vivencias “verdaderas”. Y, como toda una vivencia verdadera, el
pegamento que tocaste hizo que se te pegara el dedo índice con el pulgar.
Creíste que vivirías así el resto de tu vida. Lloraste por el temor a que la
gente creyera que te gustaba algo detestable por culpa de tus dedos. Ese mismo
temor tenías ahora. Te habías adherido por completo a la otra persona.
¿No era eso lo que querías?
Alcanzaste a ver un labio a carne viva pegado
a los tuyos y lo único que pudiste sentir fue asco. Asco por la cercanía,
porque cada vez que te intentabas separar, te despellejabas un poco y sabías
que tu sangre tocaba la otra sangre y que esa sangre entraba en ti y se
mezclaba con toda tu sangre y que entonces sería imposible alejarte porque para
poder separarte de esa sangre pegajosa, tendrías que destruirte por dentro. Y
para destruirte por dentro tenías que destruir primero el labio a carne viva
que te tenía el sabor aprisionado. Y para destruir primero el labio a carne
viva que te tenía el sabor aprisionado, tenías que quedarte sin boca. Recordaste
cuando tenías cinco años y tus dedos se encontraban pegados. Nadie te había
advertido que involucrarte con alguien más terminaría cosiendo tu boca con la
otra. Acercaste tus dedos al labio de la otra persona que ya no parecía un ser
humano.
¿Qué clase de hombre o mujer puede ser
tan absorbente? Se te dificultaba respirar. Invasión asfixiante. Tocaste y
sentiste humedad, pero tus dedos no se quedaron aprisionados. Cerraste los ojos
y suspiraste. ¿Qué podías hacer? Intentaste abrir los ojos y no pudiste. Tus
pestañas estaban enredadas. Cuanto más intentabas abrir los ojos, tus párpados
se comían más entre ellos. Querías
adherirte por completo a la otra persona y olvidarte de ti.
0 comentarios:
Publicar un comentario