La
primera vez que comí limón me dieron ganas de vomitar. Y lloré. La primera vez
que probé café me dieron ganas de vomitar. Y no pude dormir. La primera vez
que me empedé me dieron ganas de vomitar. Y vomité. La primera vez que fumé me dieron ganas de
vomitar. Y me ahogué. La primera vez que
fui al dentista me dieron ganas de vomitar. Y no quise volver. La primera vez
que me corté me dieron ganas de vomitar. Y lo hice de nuevo. La primera vez que
me comí a una mujer me dieron ganas de vomitar. Y me volví adicta.
La primera vez que me enamoré se repite y se
repite y se repite intermitentemente. Cada vez parece una historia diferente a la
anterior, pero no. Cuando me adhiero a otra persona, caigo en los mismos lugares comunes, pero en rostros
distintos. Entonces vuelve a ser como la
primera vez: lloro, no puedo dormir, vomito, me ahogo, no quiero volver, lo
hago de nuevo, me vuelvo adicta.
Siempre
hay una primera vez para todo porque, para el todo, nada ocurre por primera
vez.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar