domingo, 23 de agosto de 2015



La primera vez que comí limón me dieron ganas de vomitar. Y lloré. La primera vez que probé café me dieron ganas de vomitar. Y no pude dormir. La primera vez que me empedé me dieron ganas de vomitar. Y vomité.  La primera vez que fumé me dieron ganas de vomitar. Y me ahogué.  La primera vez que fui al dentista me dieron ganas de vomitar. Y no quise volver. La primera vez que me corté me dieron ganas de vomitar. Y lo hice de nuevo. La primera vez que me comí a una mujer me dieron ganas de vomitar. Y me volví adicta.   




 La primera vez que me enamoré se repite y se repite y se repite intermitentemente. Cada vez parece una historia diferente a la anterior, pero no. Cuando me adhiero a otra persona, caigo en los mismos  lugares comunes, pero en rostros distintos.  Entonces vuelve a ser como la primera vez: lloro, no puedo dormir, vomito, me ahogo, no quiero volver, lo hago de nuevo, me vuelvo adicta.

Siempre hay una primera vez para todo porque, para el todo, nada ocurre por primera vez.

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